Hoy en día, la higiene nos parece algo muy común. Sin embargo, las costumbres de limpieza no siempre han existido, de hecho, la mayoría se establecieron como parte del ideal de orden y progreso característico del porfiriato.

México prehispánico

No es desconocido que, en el México prehispánico, los indígenas tenían una serie de hábitos de limpieza muy bien establecidos, que desconcertaron a los españoles, que no entendían por qué, y de hasta les parecía demoniaco, los habitantes de aquel nuevo lugar se quisieran bañar todos los días. Irónicamente fue justo a la llegada de los conquistadores, cuando empezaron a suscitarse epidemias y enfermedades propias de la falta de higiene.

Para el siglo XIX se creía que la insalubridad era provocada por los pobres y no por la falta de servicios básicos. Y como México era un país en vías de consolidación, se consideró a la salud pública como un interés primordial que reflejara la modernidad de la ciudad. El doctor Eduardo Liceaga, figura emblemática de la medicina del siglo XIX, decía que para evitar caer en alguna enfermedad, las medidas básicas eran aseo e higiene.

Los médicos porfiristas sugirieron condiciones básicas de vida que iban de acuerdo con el modelo de modernidad al que se pretendía llegar. Sin duda, no tomaron en cuenta que la mayoría de la población vivía en extrema pobreza y entonces, alcanzar dichos estándares esperados por la élite médica era algo prácticamente imposible.

Entre las medidas que establecieron los médicos para preservar la higiene y evitar la propagación de enfermedades y los brotes de epidemias que eran muy comunes en aquella época, estaba la de garantizar el aseo del hogar, que era uno de los ámbitos más propicios para el desarrollo de determinados males.

Es por esto, que los médicos se ocuparon de establecer estimaciones acerca de cuántos metros cúbicos eran necesarios por persona y por habitación, para sugerir el número de ventanas y plantear a qué hora era pertinente o no abrirlas, además, determinaban la altura mínima de los techos, así como los materiales que debían ser utilizados para la construcción.

Es a raíz de todos estos cambios que empezaron a popularizarse los primeros cuartos de baño; la gente de la élite porfiriana instalaba lujosas tinas de hierro fundido y lavabos de porcelana. Si no se contaba con el dinero suficiente se podían poner tinas plegables. Pero la realidad es que la mayoría de la población vivía en escasa pobreza y nunca se bañaba. Así que como respuesta a la creciente demanda de higiene aparecieron los baños públicos, que por unos pocos centavos le daban la oportunidad a la gente de asearse.

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